Es ese instante donde se funde la tarde con la noche. Ese momento en que la luz se hace difusa y el escenario cambia lentamente.
Es la previa al encendido de las luces artificiales, el segundo de la pausa, de la reflexión.
La gente, turistas en su mayoría, disfrutan en compañía el lugar y los manjares que se brindan ahí.
El pequeño parque está desierto, aún no es hora del crepúsculo y el último visitante se ha marchado.Todo es soledad.
Espero, aunque que sé que no vendrás, tu visita.
El tiempo se detiene en ese instante y las esperanzas, vanas de por sí, huyen por el foro.
Y aquí estoy yo, paciente, añorando tu sonrisa.
Se aparece de pronto, rápido y sin aviso. Gallardo vuela tomando cada vez más altura.
Lo inesperado, lo no previsto, hace que mis reflejos no estén de acuerdo con el momento.
Lo sitúo en el paisaje y trato de congelarlo, de tenerlo para siempre.
El disparo es así apresurado, nervioso, no logro armonizar el enfoque.
Todo es muy rápido, no obtengo un segundo disparo y se fue de cuadro.
De principal pasó a secundario, pero bueno, él se lo buscó.
Generalmente en otoño las hojas se secan y caen de los árboles, el viento juguetea con ellas, las sube las baja sin importarle donde terminarán.
Hoy el otoño se ha anticipado porque falta más de un mes para su llegada y ya se ven las veredas salpicadas de un amarronado manto.
Su destino es incierto, a nadie le importa, total son simplemente hojas muertas.
Corrijo: a casi nadie, porque a éstas las recogieron las manos de una niña de tres años.
Las tomó suavemente y cual reliquia la transportó a la casa de la abuela adonde ella con su mamá y hermanito se dirigían.
Con su sonrisa a flor de labios entregó a la destinataria su preciado obsequio. Ésta lo recibió como lo que era: una expresión de dulzura y amor.
Yo interpretando el sentimiento y queriendo como atesorar el instante forme éste bodegón que pongo a la consideración de todos.
Naturaleza muerta que vive, que transitará en nuestra memoria por siempre.
